viernes, 27 de noviembre de 2009

La Mototaxista Audaz

Por Vicente Dauder Montiel

Deambulaba casi solitario por una calle de Montelíbano a causa de un momento de holgorio ocasional, por sentido de responsabilidad me desplazaba caminando, eran aproximadamente las tres de la mañana; un hálito de viento, sutilmente humedecido por el rocío de la noche, me acariciaba el rostro suavemente y por momentos me hacía parpadear los ojos como si me invitara a soñar, todo estaba en tanta calma que lograba escuchar en lontananza el misterioso canto de algunos gallos que se afanaban por anunciar el nuevo día; qué misterio el de estos animales - pensé - que, aunque no habiten en muchas cuadras a la redonda, alcanzamos a percibir su canto señorial a estas horas de la madrugada. De aquel fugaz pensamiento me abstrajo el armónico sonido de una motocicleta cuatro tiempos que se me aproximaba por la zaga y se detuvo casi rosándome el flanco izquierdo; confieso que de momento me causó un poco de turbación, pero inmediatamente recobré la calma al escuchar la tierna voz femenina de la conductora, una joven mujer que me ofreció su servicio: - moto-taxi señor ¿a dónde lo llevo? - con avivada confianza le pedí que me condujera a mi residencia de “Los Laureles”.

En el corto trasiego me sorprendió la pericia con que operaba el moderno vehículo y aunque no era extraño para mí ver a una mujer ejerciendo este oficio, sí me sorprendió que lo hiciera en este horario tan pesado y peligroso, por eso, al tiempo que le iba indicando el camino, me aventuré a interpelarla:

-¿Cuánto tiempo llevas trabajando de moto-taxista?
-Hace cuatro meses saqué esta moto para rebuscarme -me respondió-
- ¿no te da miedo trabajar a estas horas?
- ¡Ay señor! Me dijo, dejando escapar un hondo suspiro, si no fuera por mis tres hijos y por un gran problema que tengo no estaría en esto, pero tengo la fe que mi Dios me ayudará.
-¿Sales a trabajar todas las noches?
-No señor, más que todo salgo de día, pero los fines de semana siempre se consiguen más carreritas de noche y entonces aprovecho…

Barrunté que sus hijos debían estar en etapa preescolar, por la edad que ella reflejaba, y que su problema debía ser económico; pero no tuve la confianza suficiente para formularle preguntas al respecto, además, ya estábamos a pocos metros del frente de mi residencia y se la indiqué para que detuviera la motocicleta; sin embargo, ya de pie, quise concluir el breve diálogo:
-De todas formas, mujer, cuídate mucho, por el mismo bienestar de tus hijos y no te desesperes porque con tu fe y con esa verraquera* que tienes para trabajar se van a solucionar tus problemas…

Le cancelé el servicio dejándole el excedente y se despidió con frases de gratitud.

Yo no he vuelto a ver a esta audaz moto-taxista, tampoco supe si era montelibanense o si venía de alguna localidad cercana, como suelen venir muchos, atraídos por la fama de la riqueza del pueblo; pero con el paso de los días mi pensamiento se ha dirigido a su cuadro existencial: me imagino la soledad en que viven sus pequeños hijos y el frío de la ausencia materna que les toca soportar en las noches cuando ella sale a trabajar. La vida se muestra poco lisonjera con algunas personas, pero no por disposición del Creador, quien aprovisiona al mundo con recursos suficientes para todos, sino por un complicado intríngulis social que causa tan abismales diferencias entre las condiciones de los seres humanos.

La moto-taxista audaz es prototipo de mujer valiente, decidida y talentosa pero carente de condiciones dignas de vida y de libertad; es un invaluable potencial casi ahogado en el turbulento oleaje de una sociedad anacrónica que no se ha percatado de que la mujer hodierna ha ganado tantas batallas en su lucha por el puesto que le corresponde en el hogar y en la sociedad.

La mujer de nuestro medio necesita ser rodeada, desde el comienzo de su vida, de las condiciones que se requieren para formarse auténticamente mujer. Afecto, ternura, confianza y educación son, entre otros, ingredientes esenciales para hacerla femenina, maternal y productiva. Así podrá ocupar en la sociedad el puesto que se merece y trabajar con dignidad sin socavar su papel de esposa y de madre.

Montelíbano y el país en general tienen que ir pensando en dar pasos más decididos hacia la dignificación de la mujer. Ya es hora de superar el programa de “familias en acción” que ha servido de alivio para necesidades inmediatas pero que no construye un digno porvenir, es más, sin el ánimo de ofender a nadie, me atrevo a afirmar que fomenta mendicidad y genera anacronismo gubernamental; el Estado no puede seguir protagonizando este paternalismo falso sino que tiene que abrirle paso a políticas más sólidas sobre las que se construya una auténtica liberación de la mujer montelibanense y colombiana.

* Con este término se denomina en nuestra región a las personas valientes y capaces de emprender grandes acciones

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