jueves, 14 de agosto de 2008

El vendedor de Buñuelos

Por Vicente Carlos Dauder Montiel

Era el inicio de un día normal de trabajo en Montelíbano, comenzaban a despuntar las luces del amanecer, el reloj marcaba las 5: 45’ a. m., un sosegado silencio envolvía el sector de Los Laureles; en medio de esta calma natural sólo se escuchaba el canto de algunos pájaros saludando al nuevo día, yo estaba a punto de despedirme de las páginas de un libro y finalizar mi lectura matutina cuando una voz infantil rompió la calma en la calle; venía pregonando en tono alto y casi musical: buuuñueeeeelooooo, buuuñueeeeelooooo, buuuñueeeeelooooo... el eco que llegó a mis oídos se conectó con el cerebro y éste envió un mensaje al estómago; rápidamente arrojé el libro de mis manos, salí a abrir la puerta y allí estaba en el corredor con la palangana en la mano; le pedí que me empacara cinco buñuelos en una bolsa y mientras él lo hacía le observaba su apariencia: podría tener ocho años de edad, su ropita, raída y maltrecha por el tiempo, reflejaba el servicio prestado a varias generaciones, pero era limpia, su rostro en general mostraba una seriedad inexorable, pero de sus ojos emergían ineluctables destellos de ternura infantil; un interrogante germinó enseguida en mi mente y no pude soslayar el hacérselo al tiempo que él me entregaba la bolsita con los buñuelos:

- Niño ¿tú estás estudiando? - y me respondió: sí señor -

- ¿Qué año haces? - segundo -

- ¿En la mañana, o en la tarde? - en la tarde, me contestó -

- Cuando terminas de vender los buñuelos ¿te pones a hacer las tareas?

- No señor, me toca ayudarle a mami a cuidar a mi hermanita y hacer los oficios de la casa porque ella lava ropa

- ¿A qué horas haces las tareas? - A veces en la noche -

- Y ¿quién te ayuda a hacer las tareas? - mi mami -

Le cancelé el valor de los buñuelos y lo observé serenamente mientras se alejaba continuando con su pregón, recordé mi sufrida infancia en el legendario municipio de Ayapel, de donde soy nativo, cuando, obligada por la pobreza, mi madre me lanzó desde niño al mini mercadeo ambulante, pero siempre sembraba en mí el amor al estudio y el deseo de superación. Pronto desapareció de mi vista porque al llegar a la esquina cambió de rumbo por la otra calle y poco a poco se fue extinguiendo el eco de su pregón: buuuñueeeeelooooo, buuuñueeeeelooooo, buuuñueeeeelooooo... mientras a mí me seguían aguzando dramáticos interrogantes: ¿en qué momento descansa este niño? ¿a qué horas juega? ¿lo hará en la escuela? ¿de qué forma se recrea? ... ¿logrará superarse en la vida como en parte lo he logrado yo? ¿llegará a una edad madura acompañado de los mismos vacíos que nos acompañan a la gran mayoría de quienes no vivimos una infancia en plenitud?...

A lo largo y ancho de la geografía colombiana nos encontramos con el deprimente panorama que rodea la vida de muchos niños que pertenecen a los sectores parias: hambre, miseria, mendicidad, desamparo, maltrato, abuso sexual y, en el caso que me ocupa, el trabajo para participar en el sustento de la familia y abrirse su propio camino de superación.

Es triste ver a un niño en estas circunstancias, combinando el estudio con el trabajo a tan temprana edad, recuerdo que algunos meses atrás traté este tema con un amigo y él me confutaba diciendo que estos niños aprecian lo que llegan a tener porque lo que se adquiere con sacrificio se valora más, pero yo me pregunto: ¿qué tan provechoso será para la construcción de una personalidad plenamente equilibrada?

El niño en esta edad no puede ser sometido a una vida llena de peripecias porque el proceso de desarrollo psicomotor y de crecimiento lleva implícita una faena orgánica a la que no se le debe añadir demasiado esfuerzo intelectual ni físico, es provechoso para él que le sepan combinar los momentos de estudio y de actividades hogareñas con el descanso que requiere su organismo, pero no puede ser un descanso inactivo porque el desarrollo requiere movimiento, por lo tanto debe tener espacio para jugar y, ojalá, en lo posible, sus juegos sean a campo abierto. Todo esto se debe dar en su justa medida. El juego no sólo contribuye con el desarrollo psicomotor y el crecimiento físico sino que también abre inmensas posibilidades educativas y de desarrollo de la creatividad.

Este drama infantil que contemplamos con inmenso pesar es un rayito de los destellos de una sociedad desequilibrada e inicua en donde la elite dominante cada día le cierra más posibilidades a las inmensas mayorías pobres, pero también lo es de la problemática educativa y la crisis familiar que se vive en el país. En muchos hogares la ignorancia y el vicio han creado un ambiente muy enrarecido para los niños que les trunca el derecho al desarrollo armónico e integral de su personalidad.

Montelíbano ha hecho esfuerzos en el campo educativo y social pero todavía le quedan muchos por hacer, no dejemos crecer este fenómeno porque nosotros somos un pueblo bendecido por Dios y privilegiado por la naturaleza, no tenemos derecho a mendigar cuando estamos sentados sobre un tesoro, apostémosle más a una seria inversión social, a la creación de fuentes de empleo, al rescate de los valores, a la auténtica calidad educativa... y a todo aquello que construya para nuestros niños un mundo más diáfano y maravilloso.

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